Intro: Nada es para siempre.

agosto 23, 2008


Estimado lector, querida lectora,


tengo que ser sincero con usted. Es mi deber como autor, editor, productor, moderador y factotum de este blog darle la bienvenida a este espacio y agradecerle el dedicar unos segundos de su vida a leer algunos peliagudos partos de mi mente; pero al mismo tiempo, no puedo dejar de advertirle un detalle importante.

No tengo la menor idea de por qué he creado este blog. No encuentro una sola explicación que me satisfaga. Trato de racionalizar la secuencia lógica con la que he llegado a decidir, de forma definitiva, que tenía que hacerlo, pero no puedo desenredar la madeja. Todo se concluye en un gran boh.

En cambio me resulta muy simple listar los puntos en contra, básicamente en base a la experiencia que he obtenido con mi primera criatura, El grito del mudo. No es una casualidad que en los últimos 9-10 meses mi fertilidad bloggeril sea comparable con la de un octuagenario vasectomizado: el tiempo es tirano, es dinero, es oro, vuela, no perdona, y otras babosadas similares. Un trabajo a tiempo completo (y a veces más), algunos hobbies de fin de semana, siete horas de sueño por noche y un mínimo (in)aceptable de vida social han terminado relegando en un incómodo rincón lo que antes era mi gran ventana al mundo. C'est la vie. Antes posteaba todos los días, ahora si consigo una cadencia quincenal puedo considerarme afortunado. Y así no es, pues.

Algo sumamente desagradable que me marcó negativamente, aunque sólo me he dado cuenta de ellos en los últimos tiempos, fue la polémica que suscitó una observación en passant que hice acerca de la dudosa sexualidad del frontman de una banda alemana, comentando un video suyo. Las/los fans me inundaron de críticas, a diario y por manojos. Me ha quedado claro que dar una opinión personal hablando de cosas que atraen la atención de un público más amplio del que, a priori, debería dar una mirada a mis textos, trae problemas. Y no quiero tener que pasar nuevamente por decenas de comentarios en mayúsculas y con por lo menos tres puntos exclamativos (!!!) por línea, repletos de rabia adolescente y firmados con nicks delirantes. Bueno es culantro, pero no tanto.

Por otra parte, el tener un abanico de asuntos a tratar amplísimo, del cine al deporte, de la política a mi vida personal, de la música a la literatura, ha terminado agobiándome sobremanera a la hora de elegir el argumento del artículo a escribir. Reducirse a algo monotemático, en cambio, impulsa al tedio, la repetición, la especialización exasperada, y genera indefectiblemente grandes vacíos estacionales (por ejemplo, el verano para el fútbol). Y como un blog tiene que hablar de algo, la cuestión no es tan irrelevante.

Si no tengo tiempo, no deseo escribir para el público, no quiero tener temas de actualidad en cartera... ¿para qué diablos me meto en esta camisa de siete, ocho, nueve, mil varas?

Je ne sais pas. Sorry.

Pero lo voy a hacer. Y lo voy a hacer porque tengo (o pienso tener) muy claro cómo hacerlo, sin incurrir en los baches citados. Y porque lo quiero hacer para mí. Y porque puedo. Y porque sí.

No voy a hablar del discurso del presidente. No voy a comentar la última fecha del campeonato. No voy a criticar la próxima trilogía estrenada en el cine. No voy a contarles mis hazañas literarias, deportivas, amatorias, intelectuales. No voy a reseñar mis viajes. No voy a hacer un ránking musical. Nada de eso.

Voy a contar. Así de simple.

No en el sentido numérico. No en el sentido periodístico, chismoso, paparazzo. En un sentido meramente, simplemente, auténticamente narrativo. Como cuando le cuentan a un niño una historia para que se duerma, las aventuras de un caballero, los amores de una princesa, las atrocidades de un monstruo, el valor de un héroe insospechado. Sin tanta azúcar ni final feliz, como debe ser, porque la vida no suele salir siempre como uno se la imagina. No somos perfectos. Tenemos ideas, decimos una cosa, hacemos otra, y muchas veces no hacemos un pepino. Y está bien. Por eso el subtítulo del blog; salvo la parte del extraterrestre, o al menos por ahora.

Aclaro algo desde ya: en cada línea que lea y le suene a algo, en toda referencia que crea haber captado, letra por letra, nombre por nombre, bueno, considere que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Desconfíe abierta y sinceramente cuando cree haber identificado algo que le resulta conocido. Porque un autor es precisamente eso y no un reportero escolar; es un creador, un Prometeo, un demiurgo que genera todo un pequeño gran universo en el que coloca soldaditos de plomo y los mueve a su antojo, alejándolos y chocándolos, imitando sus voces y diálogos como un ventrílocuo solitario, tirado sobre una cálida moquette en su cuarto de juegos.
Así que en la duda, no crea en la primera persona, en los recuerdos, en los lugares, en los tiempos, en nada. Tómelo como un diario de eventos mitológicos, un ensayo de ciencia ficción, un noticiero incluido en una película de catástrofes. Es algo que hacemos todos los días; no debería resultar tan complicado.

Además, mis reglas de juego son las mismas de la vida. No creas lo que te dicen. Mira más allá de lo evidente. Todo tiene un porqué. Y nada es para siempre.

Con cariño,

C.



1 comentarios:

Cristina Costa dijo...

Ooooooohhh! otro para la lista!! mas andanzas para seguir, y más personal. Me encanta.